Cuando naces solo lloras y te dan de comer, te cambian, te cargan, te cantan, te miman, la vida es tan sencilla a esta edad, después vas creciendo y los “problemas” van en aumento, es tan fácil hacer amigos y despreocuparte de las cosas, las consecuencias de esas acciones no pesan tanto como deberían a una edad más avanzada.
Cuando eres relativamente joven puedes comer literalmente lo que sea y tú estomago es como si fuera una capa contra todo, desde picante hasta tierra con la que te diviertes horas y horas, los golpes en las rodillas, brazos, raspones, etc. No son nada, te levantas y sigues con la diversión.
La vida es muy bella cuando eres pequeño, una mariposa es algo que te sorprende, la lluvia te maravilla, en cada pequeño detalle vez lo grande de lo que en verdad son las cosas.
Pero se llega a una edad en la que dejamos de apreciar las buenas cosas de la vida, llevamos la rutina a un nivel extremo, nos preocupamos demasiado por las cuestiones económicas y personales, nos tomamos la vida muy en serio.
Cuando somos adultos nuestras acciones pesan muchísimo más, las consecuencias pueden afectar a terceras personas y más a nosotros mismos así como son más fuertes, no solo te pueden afectar físicamente si no también mentalmente. La comida pesada ya no le cae tan bien al estómago y esos golpes mucho menos.
La vida es un proceso y hay que vivirla intensamente porque no sabemos cuándo puede ser el último de nuestros días, no debemos preocuparnos tanto por los comentarios de la gente, por los malos momentos que podamos tener en nuestro día siempre tenemos que encontrar lo positivo de las cosas, porque vida solo hay una y hay que disfrutarla al máximo, apreciar y valorar esas pequeñas cuestiones que se nos pueden presentar, porque lo importante es que estamos vivos.